De la ciudad al campo: jóvenes que buscan su lugar
Si bien el 75% de la superficie de España es rural, más del 80% de la población se concentra en los centros urbanos. Sin embargo, con el estallido de la crisis económica, la ciudad se ha ido volviendo un lugar incierto para los jóvenes quienes, miremos por donde miremos, lo tienen difícil a la hora de independizarse y empezar a labrar su futuro en la urbe.
Les cuesta dejar el nido familiar, siendo la edad de emancipación una de las más altas de Europa (29 años), porque les está siendo difícil encontrar trabajo para el que están cualificados o sus contratos no les permiten autonomía económica; su poder adquisitivo y financiero es escaso y el acceso a la vivienda empieza a ser impensable para ellos. Una opción que ya contemplan muchos es dejar de lado la ciudad y probar suerte en el campo.
La promesa de la ciudad
Hasta hace poco la falta de oportunidades educativas y laborales en las zonas rurales, de recursos económicos, de asistencia sanitaria, la mecanización del trabajo agrícola y ganadero y la prosperidad que prometen las ciudades han sido los motores que han empujado tradicionalmente a los jóvenes a marcharse del pueblo para buscar una vida mejor en la ciudad. Este éxodo, muy fuerte a mediados del siglo pasado, ha ido haciendo mella, dejando pueblos abandonados, casas cerradas y calles vacías. Y una población rural envejecida, debido a que los jóvenes en edad de procrear se han marchado.
Cambio de dirección: de la ciudad al campo
Pero en los últimos años, la situación ha tomado otros rumbos, este éxodo se va revirtiendo, aumentando el número de jóvenes que cambia vivir en la ciudad por un municipio rural, una población de menos de 10.000 habitantes, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). De estos jóvenes, el “95% busca salir de los problemas económicos de la ciudad”, como explicaba Javier Pérez, presidente de la Asociación contra la despoblación rural, en un medio de comunicación.
Si bien las ciudades siguen ofreciendo más servicios y oportunidades educativas y laborales, el panorama de prosperidad se ha nublado para la población joven con la reciente crisis económica. Pese a que hablamos de una generación mucho más preparada y formada que la de sus padres a su edad, en la actualidad los jóvenes se enfrentan a un elevado índice de paro juvenil en las ciudades, una tardía incorporación al trabajo y, en el caso de tenerlo, a una lamentable precariedad laboral.
Sin olvidar que su mayor problema es que el acceso a la vivienda urbana, que para ellos es impensable. España sigue siendo un país tradicionalmente propietario y uno de los objetivos de los jóvenes sigue siendo comprar una casa (aunque alquilar empieza a posicionarse como una posibilidad). No obstante, los precios de la vivienda, tanto de venta como de alquiler, no están a su alcance y la falta de oferta para ellos impide que se conviertan en propietarios o inquilinos.
El mayor problema es el acceso a la vivienda urbana, que para los jóvenes es impensable. España sigue siendo un país tradicionalmente propietario y uno de los objetivos de los jóvenes sigue siendo comprar una casa.
De las dificultades, una oportunidad
Las organizaciones dedicadas a apoyar este fenómeno migratorio y a fomentar la repoblación rural opinan que la posibilidad de disponer una casa por el mismo precio al que se alquila un piso pequeño en una ciudad hace la gran diferencia.
Pero dejar la ciudad para vivir en el campo o volver al pueblo, donde la vida resulta más barata y asequible, tampoco es siempre un camino de rosas. Sin embargo, a diferencia del anterior movimiento demográfico, los jóvenes son completamente conscientes de que supone varios inconvenientes como dejar de disfrutar de la oferta cultural y social de la ciudad, por ejemplo. Otra desventaja que se puede presentar es no encontrar vivienda con facilidad o tener que invertir en su rehabilitación. En este sentido, se vislumbra una ligera luz, ya que el Plan Estatal 2018-2021, que contempla ayuda para el acceso a la vivienda de jóvenes menores de 35 años y que quieran residir en municipios con menos de 5.000 habitantes.
Otra oportunidad es que quien se mude de la ciudad al campo, y tras una reflexión meditada, establezca plan para mejorar su vida. Además de aplicarse en la agricultura o la ganadería, la ecoagricultura o el autoabastecimiento, si lo desea, los “ex urbanitas” tienen la posibilidad de aplicar sus conocimientos en servicios en los pueblos donde residan; apuntarse, gracias a las nuevas tecnologías, que hace décadas no existían, al teletrabajo con sus empresas situadas en las grandes ciudades; lanzarse en un emprendimiento de turismo rural o artesanía, por ejemplo, o aprovechar el tiempo para ir cumpliendo interinidades en centros de salud, educación, etc.
En primera persona
Los medios de comunicación se han hecho eco de muchos testimonios de jóvenes (como los de El País Semanal, recuperados por Ángel González, autor de Bienvenid@s al campo y fundador de elblogalternativo.com, en el que trata el tema, desde su experiencia personal) que han tomado esta gran decisión, hartos de los problemas económicos, la sociedad de consumo, las tensiones sociales, el desempleo, el estrés y de ver imposible su acceso a una vivienda digna.
Muchos jóvenes han tomado la gran decisión, hartos de los problemas económicos, la sociedad de consumo, las tensiones sociales, el desempleo, el estrés y de ver imposible su acceso a una vivienda digna.
Pese a que a algunos les ha costado más adaptarse a su nueva realidad, a la lejanía de oportunidades laborales más afines con sus estudios, a la vida social, a la extensa oferta cultural de las ciudades o una formación profesional de excelencia. No obstante, de una buena cantidad de casos mayoría podría decirse que han sido casos exitosos. Entre las ventajas que ellos cuentan destacan la mejor calidad de vida, con menos estrés, menos ruido, más contacto con la naturaleza, más posibilidades de emprender, disfrutando de un trato más personalizado con los vecinos y colaborar en el repoblamiento y revitalización de las zonas rurales.
También hay casos de quienes la experiencia no ha funcionado y se han tenido que volver a la ciudad. Cambiar de residencia, en un sentido o en otro, de campo a ciudad o viceversa, debiera ser una decisión voluntaria y personal, y preferiblemente sin huir ni ser motivada por derechos tan básicos como la oportunidad laboral o el acceso a la vivienda.